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OPINION: No éramos invencibles.

 



Por: Kilssy Méndez

Teníamos más de un año con el virus pero apostábamos a que nunca llegaríamos a la situación que están viviendo otros países, incluso aquellos desarrollados, porque según algunos "todologos" que nunca han estudiado nada y son especialistas en todo, contábamos con un sin fin de brebajes que curan hasta la falta de cuartos; además de que el clima nos ayudaba y ni que decir de las bondades curativas del romo, que mientras más malo sea, mejor hace su trabajo.

Salíamos y teteábamos sin control, como quien "jucha" al diablo, porque nada pasaba.

El turismo en su apogeo con el verdadero sello de la bestia, autorizando a que “entren to', que ahora es que la cosa se está poniendo buena en este país.

Las clases semi presenciales preparando en escala el regreso feliz de los estudiantes, para quitarle la "bembita" de amargura a los empresarios de la educación.

Y al llegar la vacuna, la única solución conocida aparte de las recomendaciones de distanciamiento y uso de mascarillas, le buscamos tantos defectos que al final el virus es un "niño de teta", frente a los efectos negativos que éste, podría causar a nuestra salud.

En fin, éramos los verdaderos protagonistas de la película, unos seres tan singulares que encajábamos a la perfección para ser estudiados por la OMS, o quién sabe si hasta la NASA, se interesaría en estudiar las razones por las que el dominicano era invencible ante la pandemia, hasta que lo impensable e inimaginable pasó.

El Covid-19 que nunca se fue, que nunca se adaptó, que nunca se asustó... se quedó en medio de nuestra ignorancia, de la falta de conciencia y respeto por nuestras vidas y la de los demás.

Antes no conocíamos a casi nadie de los que se contagiaban o se morían, ahora, como hace tiempo nos advertían personas que habían vivido esta tragedia mundial en otros países, son nuestros vecinos, amigos, familiares y nosotros mismos.

Al final, cuando hablamos de la responsabilidad compartida que debió existir para prevenir la situación actual, no se salvan ni los payasos ni los dueños del circo.

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