La presentación de la cárcel Las Parras, ahora llamada Nueva Victoria, ha sido mostrada como un emblema de modernidad dentro del sistema penitenciario dominicano. Con una estructura aparentemente limpia, funcional y adaptada a diversas necesidades físicas, se vende la imagen de un nuevo paradigma en la gestión carcelaria. Sin embargo, al observar con detenimiento sus elementos centrales, surge una pregunta crucial: ¿se trata de una humanización del encierro o simplemente de una sofisticación de los mecanismos de control?
Las celdas están diseñadas para albergar cinco personas en literas, con una pequeña ventana de láminas metálicas como único vínculo con el exterior. Ese pequeño hueco por donde entra el frío nocturno no solo permite la circulación del aire, sino también —y quizás más intensamente— el peso simbólico de la reclusión. No hay ventilación emocional posible cuando la arquitectura misma refuerza el aislamiento.
En este espacio de confinamiento, lo mínimo se convierte en norma. La privacidad en los sanitarios se limita a una "puertecita blanca", y el mobiliario —pensado para evitar conflictos— genera otras preocupaciones: ¿puede garantizarse la seguridad si los materiales pueden ser fácilmente convertidos en armas? La lógica detrás del diseño parece priorizar el orden por encima de la dignidad individual.
Se han incorporado celdas adaptadas para personas con discapacidad, lo cual es, en principio, un avance positivo. Pero incluso estos esfuerzos, al estar insertos en un entorno cuya base es la privación y el castigo, corren el riesgo de ser meros paliativos que no resuelven el fondo del problema: un sistema que sigue tratando a las personas como cifras, no como sujetos de derechos.
La colchoneta delgada, la almohada básica y las sábanas blancas son más que simples objetos. Representan el recordatorio diario del estatus de inferioridad que impone el sistema penitenciario. Por más “amenidades” como lavandería, celdas para visitas conyugales o espacios de reflexión que se mencionen, la estructura mantiene el foco en la vigilancia, no en la rehabilitación.
En un país con serios problemas de hacinamiento, corrupción judicial y desigualdad social, la cárcel Nueva Victoria no puede evaluarse sólo por su arquitectura. Debe entenderse en el marco de una política criminal que muchas veces castiga la pobreza más que el delito, y que ha relegado la reinserción social a un discurso vacío.
El modelo carcelario dominicano —como en muchos países de América Latina— continúa anclado en una lógica punitiva. Si bien el Estado tiene la responsabilidad de garantizar la seguridad y el orden, también debe asegurar que toda persona privada de libertad sea tratada con el respeto inherente a su dignidad humana, conforme a los tratados internacionales de derechos humanos.
La cárcel Nueva Victoria puede ser nueva en sus instalaciones, pero no lo será verdaderamente si no representa un cambio sustantivo en la forma de entender la justicia. El peligro es que, bajo un barniz de modernidad, se esconda la misma vieja cultura del castigo, disfrazada de eficiencia...
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