Por la Redacción.-
Sosúa, con sus playas que figuran en folletos turísticos y su historia de acogida humanitaria, se ha transformado en un epicentro de una vergonzosa realidad: el turismo sexual. Bajo la fachada de un destino caribeño de ensueño se oculta una estructura persistente de prostitución, trata de personas y explotación económica sostenida por la miseria ajena, todo ello tolerado —cuando no abiertamente facilitado— por décadas de negligencia oficial y permisividad social.
El reciente operativo realizado en este municipio de Puerto Plata dejó cifras escalofriantes: 29 allanamientos, 174 mujeres rescatadas (incluidas seis menores de edad), 22 hombres detenidos y una red de delitos que abarca desde tráfico de migrantes hasta narcotráfico. Lo que para muchos fue un escándalo noticioso, para los residentes y conocedores de la zona no fue más que la confirmación de una verdad incómoda: Sosúa hace tiempo dejó de ser un destino turístico tradicional para convertirse en un mercado sexual a cielo abierto.
Promesas recicladas
Como respuesta al operativo, las autoridades anunciaron una nueva fiscalía especializada y una segunda fase del plan institucional contra la trata, el proxenetismo y otros delitos conexos. Aunque bien recibidas por sectores como la Asociación de Desarrollo Sostenible de Sosúa (ADSS) y la Asociación de Hoteles y Restaurantes de Sosúa y Cabarete, estas medidas tienen un inevitable sabor a déjà vu. Ya en 2018, la campaña "Rescatemos nuestro paraíso" intentó desmantelar las zonas rojas del municipio. Cerraron bares, incrementaron el patrullaje turístico, impulsaron actividades culturales. Pero todo se desinfló en la falta de continuidad y en la tibieza institucional que caracteriza muchas intervenciones en el país.
El resultado fue el resurgimiento del mismo fenómeno con nuevas máscaras, nuevas redes y, peor aún, una mayor naturalización de la explotación sexual como parte integral del “encanto” del destino.
Historia relegada
Resulta irónico que un lugar con un pasado tan significativo como el de Sosúa —refugio para cientos de judíos durante el nazismo— haya sido abandonado a la indiferencia y la decadencia moral. Aquella colonia agrícola que prosperó tras la Conferencia de Evian simbolizaba un país dispuesto a abrir sus brazos en tiempos de horror mundial. Hoy, el mismo lugar encarna una dolorosa paradoja: se ofrece como refugio, pero para prácticas que degradan, cosifican y destruyen vidas.
La calle Pedro Clisante: epicentro de la vergüenza
Desde finales de los años 80 y con mayor fuerza en los 90, el
perfil de Sosúa cambió de forma drástica. La apertura del Aeropuerto
Internacional de Puerto Plata lo convirtió en un punto de entrada rápido y
económico para turistas europeos y norteamericanos en busca de “experiencias caribeñas”
que incluían, explícitamente, servicios sexuales.
La calle Pedro Clisante, en el centro de El Batey, se transformó en una vitrina de cuerpos, donde la prostitución se ejerce sin rubor ni disimulo. Allí, las mujeres —dominicanas y haitianas en su mayoría— no son emprendedoras de la noche: son el último eslabón de una cadena de explotación profundamente lucrativa para otros.
Y mientras esto ocurre, las autoridades locales oscilan entre la complicidad tácita y declaraciones lamentables, como la del alcalde Wilfredo Olivances, quien llegó a afirmar que la prostitución “es parte de la cultura del mundo”, trivializando así un fenómeno de violencia estructural y explotación.
Llamados de urgencia
La procuradora Yeni Berenice Reynoso ha reiterado en múltiples ocasiones la necesidad de una lucha real y sistemática contra el turismo sexual. Pero sus palabras necesitan traducirse en acciones sostenidas, fiscales comprometidos, condenas firmes y, sobre todo, políticas públicas que no se agoten en campañas mediáticas o acciones esporádicas.
Sosúa no necesita más maquillajes institucionales ni promesas
recicladas. Necesita una transformación profunda, estructural y valiente. De lo
contrario, su historia se seguirá escribiendo no con las letras de su legado
cultural o su belleza natural, sino con las cifras de explotación, dolor y
vergüenza que manchan cada rincón del “paraíso”.
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