Por la Redacción.
Es sin lugar a dudas, profundamente preocupante y lamentable que, en medio de la emergencia
provocada por un fenómeno natural, algunos jóvenes y adultos huérfanos del
sentido común, hayan decidido transformar las calles inundadas en escenarios de
“teteos” y baños improvisados.
Este tipo de comportamiento no solo refleja una preocupante falta de conciencia cívica, sino también una grave desconexión con la realidad de miles de familias que, al mismo tiempo, enfrentan la pérdida de sus hogares, enseres y, en muchos casos, su seguridad y sustento.
Mientras los equipos de rescate y las autoridades trabajan sin descanso para mitigar los efectos del desastre, un sector de la población opta por trivializar el dolor colectivo, como si la tragedia ajena fuera motivo de entretenimiento. Esta banalización del sufrimiento, amplificada por las redes sociales, nos enfrenta a una pregunta urgente: ¿en qué momento la empatía cedió terreno ante la indiferencia y el morbo?
La emergencia no es un espectáculo. Cada calle inundada es el
reflejo de un sistema que colapsa ante la falta de prevención, planificación y
responsabilidad compartida. Pero también es un espejo que muestra una crisis
más profunda: la del civismo y la sensibilidad social. Es indispensable que la
ciudadanía asuma su rol en la construcción de una sociedad más solidaria,
consciente y respetuosa del dolor colectivo.
Urge, pues, una respuesta integral: campañas de educación ciudadana que promuevan la empatía y la responsabilidad social, junto con medidas que garanticen el respeto a los protocolos de emergencia. Porque la verdadera resiliencia no se mide en el número de selfies durante una tormenta, sino en la capacidad de actuar con conciencia y humanidad ante la adversidad común.
La diversión no puede surgir del caos ni del sufrimiento
ajeno. Recuperar el sentido de comunidad y solidaridad es tarea de todos
—ciudadanos y autoridades por igual— si aspiramos a una sociedad verdaderamente
civilizada.



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